El padre Corredor
El padre Antonio Corredor García,
nació en Montehermoso, Cáceres en 1913, se sabe cuándo fue bautizado y quiénes
fueron su padre, Ezequiel, pastor y jornalero y su madre, Marcelina. También se
sabe que fue monaguillo en su pueblo natal.
En una biografía suya escriben que Gustaba de niño recitar a los clásicos
españoles, afición que se acentuó a su ingreso en el Colegio Seráfico a los
once años de edad. Concluidos los estudios de latinidad y humanidades, el 14 de
agosto del año 28 recibe en Loreto (Espartinas, Sevilla) el hábito franciscano,
pasando, un año después, a Guadalupe (Cáceres) para cursar los estudios
eclesiásticos.
. A los 16 años publicó su primer
poema en El Monasterio de Guadalupe, mientras dirigía con acierto Ciencia y
Santidad, una revista de la provincia Bética franciscana. El 4 de abril de 1937
recibió en Cáceres el presbiterado. Lo que quiere decir que, con 22 años
profesó como franciscano y con 24 fue ordenado sacerdote. Dos años después,
acabada la contienda fue destinado al Colegio San Antonio de esta ciudad, del
que llegó a ser Guardián-Rector durante once años. Aquí fundó y dirigió la
revista colegial Lyceum (1941- 1967) y por dieciséis años fue director de La
Voz de San Antonio, revista seráfica popular, desde el 1956 a 1971.
Además de la afición por la
lectura y la escritura, tenía otras menos conocidas por sus alumnos, como la
filatelia y el cine. No quiso salir nunca de Cáceres y allí falleció, a los noventa
años, el 7 de octubre de 2003, festividad de la Virgen del Rosario, de la que
era devoto, en realidad lo era de todas las acepciones de la virgen y hay quien
ha escrito que no fue una casualidad la fecha de su muerte.
El autor de
numerosos folletos, hojas poéticas, dípticos y devocionarios marianos, fundó en
1945 la celebérrima Cruzada Mariana, obra apostólica y publicitaria de primer
orden en su género, que permitía al P. Corredor llegar a librerías de Bolivia,
Argentina, Méjico, Cuba, Miami…, desde la simple celda cacereña, con ayuda de
Teófilo, el apartado de Correos y poco más. Devotísimo de la Virgen Inmaculada,
dirigió desde 1946 la Asociación de la Visita Domiciliaria de Fátima, mensaje y
título al que consagra buena parte de su obra impresa.
Junto al fervor con que
distinguió y cantó a la Morenita de Guadalupe, el P. Corredor se interesó
también por las franciscanas de Loreto y Milagros de la Rábida; investigó con
mucho ardor las apariciones de Chandavila (La Codosera, Badajoz) y divulgó la
devoción a San Antonio, a San Pedro de Alcántara y a la Divina Misericordia.
Tenía
un cariño especial a la Virgen de la Montaña, a la que escribió poemas y un
devocionario titulado Mi Virgen de la Montaña (1955). El primero de los
laureles literarios lo obtuvo también en Cáceres, el año 1941, con el poema La
canción del poeta, presentado al certamen que se convocó en el III Centenario de
la bajada de la Santísima Virgen de la Montaña a la ciudad.
Además de ser autor de más de 200 libros y folletos de diversos temas, sobre todo de
temas religiosos, de la virgen y los santos franciscanos. Ha escrito también un
libro sobre la historia de Montehermoso y el ayuntamiento de su pueblo natal lo
nombró hijo predilecto y le dedicó una calle, llamada Padre Corredor; es también el compositor de los himnos de
Montehermoso y la Virgen de Valdefuentes.
Su nombre figura en una antología
de poetas extremeños de la primera mitad del siglo XX y ha publicado algunos libros solo de poesía. Para hacernos una idea de su talento precoz,
transcribo estos versos primerizos:
«Quiero morir en el suelo/ donde vi la luz primera,/ en la tierra venturosa/
del trabajo y la virtud;/ quiero que mi último aliento/ lleve el aura de estas
sierras,/ y hecha de olivo extremeño,/ mi tumba vele una cruz.
Si se pone su nombre en cualquier
buscador de internet, incluso en la librería de Amazon, aparecen ingentes
cantidades de publicaciones y devocionarios, una muestra de que su actividad
como escritor era casi incansable, hasta sus años finales. Cuando fue nuestro
profesor de lengua y literatura en el colegio San Antonio de Padua de Cáceres, tenía
entre cuarenta y cinco y cincuenta años, pero, desde mi punto de vista de
alumno, era mayor, sin más.
Me pareció uno de los profesores más extraños y
distantes que tuve, pero reconocía su dominio de español y de la literatura,
aunque sus métodos no me parecieran los más adecuados para enseñar.
Aquello de
ponernos en fila, clasificados por las notas, desde sobresaliente hasta
suspenso y preguntarnos cosas tan retorcidas como la tercera persona del
singular de la perifrástica pasiva del verbo argüir era para una antología de
prácticas educativas extrañas, aunque sé que en otros colegios y lugares se
utilizaban métodos más crueles y desagradables; aquellas filas y aquellas
preguntas no las he olvidado.
Pero todavía era más retorcido si
algún compañero te lo preguntaba para cambiar tu lugar por el suyo, añadiendo
sin defensa, sin defensa, sin defensa, por estar en la lista de los apuntados
por la razón que fuera, como no atender, hablar a destiempo o mirar a donde no
se debía.
Se le llamaba con distintos motes
o apodos, pero no escribiré ninguno porque estas palabras son para honrar su
memoria; cuando vienen a mi mente las palabras del himno del colegio, el
levanta tu mirada al infinito, colegial antoniano, a veces me acuerdo de aquel
fraile tan especial, como lo fue Domingo Savall y como lo fueron los otros de
los que escribiré en próximas entradas de este blog.
A mis escasos años de entonces,
no veía la faceta de su carácter, que otros que le trataron vieron, como
aseguran en un panegírico a su muerte, diciendo que era un Era un hombre alegre, incansable y constante en su trabajo o cómo otro decía, sobre
los últimos años de su vida; Parece que aún lo veo subir fatigado y
sonriente la cuesta del Ayuntamiento, con su cartera de cuero negro
(seguramente vacía, si no de estampería y almanaques propios), camino del
convento de Santa Clara a su misa de nueve.
Descanse en paz Fray Antonio
Corredor, o.f.m.